II Domingo del Tiempo Ordinario
Acabamos de celebrar con gran alegría el tiempo extraordinario de la Navidad. Hoy comienza aquello que la Iglesia llama "tiempo ordinario", es decir, una larga serie de domingos en los que recordaremos la vida pública de Jesús, escucharemos sus enseñanzas, sus parábolas, la narración de curaciones y milagros. Seguiremos su vida desde el bautismo que recibió en el Jordán, hasta el comienzo de su pasión. Jesús se convertirá para nosotros en el maestro que nos va a enseñar a pensar y a vivir como hijos de Dios.
Para animarnos a comenzar bien el conocimiento de Jesús, Juan Bautista nos hace una pregunta fundamental: "¿Conocéis bien a Jesús? ¿Sabéis quién es él?" Y él mismo nos hace una confidencia: "yo no lo conocía".
1. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. A nosotros nos cuesta entender estas palabras, en cambio para los israelitas era más simple, pues cada año recordaban el episodio de la huida de Egipto, en la que cada familia marcó una señal en la puerta de la casa con la sangre del cordero que estaba comiendo. Así cada año, en la celebración de la Pascua, los padres cuentan a sus hijos la noche de la liberación. También Jesús comió con sus apóstoles el cordero, pero en esta nueva Pascua es Jesús el que se ofrecerá como el verdadero cordero que da su sangre por todos para obtener el perdón de Dios y hacernos hijos de Dios.
2. ¿Por qué Juan no habla de los pecados sino del pecado del mundo? Porque se refiere a una realidad que está más allá de lo que cada uno de nosotros hace. Es el mal por excelencia. Lo llamamos "pecado original". Un niño al nacer, no entra en un mundo limpio, sino en un mundo herido por la presencia del mal, que de un modo u otro le afectará. Ninguno de nosotros está libre de esta herida; todos la sufrimos. Hay un mal que mancha la existencia del mundo.
3. El pecado más frecuente en nuestra vida cristiana es el pecado de omisión. Todos los bautizados hemos sido llamados para ser luz del mundo y no hacemos casi nada. Sin embargo, es urgente que demos buen ejemplo con nuestra vida cristiana al hombre de nuestro tiempo que ha elegido el camino de las tinieblas. La lucha de Jesús contra el pecado del mundo es el amor.
San Juan Bautista aparece no solamente como el precursor que prepara los caminos del Señor, sino también como el que da testimonio del Mesías y que dará su vida un día defendiendo el Evangelio. Nosotros debemos anunciar la buena nueva de la salvación con nuestras palabras y nuestro ejemplo comenzando por los más cercanos, nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo.
-Padre Evans
La Iglesia dedica el primer día del año a su Madre, como Madre de Dios, con la esperanza de que ella nos lleve de la mano hasta el último día del año. El año es una analogía de la vida cristiana. San Lucas contempla a María con el niño entre sus brazos. ¿Qué historias se le estarían revelando? La película de la vida que comienza va a estar marcada por el amor y el dolor, ingredientes necesarios del misterio de la redención. Y María ha sido elegida por Dios para ser corredentora.
1. Ayer hemos arrancado la última página del calendario. El año nuevo se presenta como una página blanca y limpia en la que quisiéramos escribir sólo cosas importantes y hermosas. Dice el refranero popular: "Año nuevo, vida nueva". Sería triste convertirla en un circuito de fórmula uno en donde damos vueltas siempre por las mismas pistas 365 veces sin avanzar nada.
Decía el Abbè Pierre que "La vida es un tiempo que se nos concede para aprender a amar". La vida que se entrega es la única que se multiplica. Al final de la vida sólo tendremos el tiempo que hemos vivido para amar, para servir, para crecer, para sembrar la paz y la felicidad. Sólo tendremos la cosecha de las semillas de bien.
2. "Madre de Dios" es un título que desafía nuestra razón humana. ¿Dios puede tener una madre, y más todavía esta madre puede ser una criatura suya? San Pablo enseña: "Nacido de mujer". Cuando María estrecha entre sus brazos al Hijo del Padre puede decirle con ternura y verdad: "Hijo mío". Nuestra mente es demasiado pequeña para entender las cosas grandes que Él hace. Pero una vez que hemos aceptado la Navidad, es decir, "El Verbo se ha hecho carne", todo lo demás tiene sentido.
3. La maternidad es el privilegio de María que encierra las demás prerrogativas: Es "Inmaculada" porque Dios se preparó un paraíso como madre; goza de la "Asunción al cielo" porque no podía conocer la corrupción aquella que ha engendrado al Autor de la vida. Es "Mediadora de la gracia" porque la que nos ha dado a Cristo, en Él nos da todo. Recordemos el célebre verso de Dante: "Virgen Madre, hija de tu Hijo". Los cristianos no podemos quedarnos en la contemplación del misterio. En María el "don", lleva consigo una responsabilidad y una misión.
Hoy es también el día internacional de la paz. De María aprendemos a vivir como si la paz del mundo dependiera solamente de nosotros. Hay que realizar la pacificación del mundo comenzando desde nuestro propio corazón. Construir la paz en mí resolviendo mis conflictos interiores; luego la paz en la familia restaurando las pequeñas grietas. Este amor compartido se extiende después a círculos más amplios y son capaces de cambiar el clima del mundo.
En la mirada serena de tantas imágenes de María con su Hijo en brazos vemos una representación de esta mirada de Dios. ¿Acaso podríamos mirar sus ojos y no sentir que nuestro corazón se pacifica y que nuestros brazos se mueven de un modo eficaz para "luchar" por la paz?
-Padre Evans
San Juan el Bautista era lámpara que ardía y alumbraba: La belleza de la creación confiesa la belleza del Creador. El orden del universo muestra su sabiduría y providencia. Y los santos revelan la santidad de Dios de una manera magnífica. Tal fue el caso de San Juan Bautista.
La luz de Juan no era la suya. Fue la gracia de Dios, a la que Juan colaboró con su sincero esfuerzo por buscar y servir a Dios en todas las cosas. La unión genuina con Dios hace que el corazón y el alma resplandezcan en santidad.
Por un tiempo se contentaron con regocijarse en su luz: La muerte no tan lejana del Papa San Juan Pablo II demuestra la fuerza de atracción de la santidad vivida por los santos. En su funeral, las multitudes acudieron a presentar sus respetos al que consideraban un “hombre de Dios”. De la misma manera, las multitudes acudían a Juan Bautista para escuchar su mensaje que resonaba en sus corazones.
Su mensaje y ejemplo conmovieron sus corazones con la esperanza de que pudiera ser el Mesías tan esperado. Sin embargo, los santos nunca tratan de atraernos hacia ellos. Como signos vivos, apuntan más allá de sí mismos a una realidad mayor: Jesús. Las almas nunca vienen a nosotros para admirar el brillo de nuestros extraordinarios dones humanos, sino solo para recibir el calor de la santidad y el verdadero amor por nuestro Señor.
Pero tengo un testimonio mayor que el de Juan: Los santos son ejemplos de santidad, pero Jesús mismo es la fuente y el modelo de toda santidad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 459). Cuando Jesús viene a establecer el Reino de Dios en cada corazón humano, incluso la santidad del más grande de los santos no es más que un tenue reflejo de la grandeza de Dios Padre. Jesús reconoce continuamente que el amor a su Padre es el motor de su vida. Viene a revelarnos a su Padre, y al hacerlo anuncia y procura nuestra adopción eterna como hijos del Padre.
Diálogo con Cristo: Jesús, quiero vivir unido a ti en la oración para vivir fielmente a ti en mis acciones. Eres santo y me pides que sea santo. Quiero ser santo no por mí mismo, sino como una forma de amarte y hacer que otros te encuentren.
27 de noviembre del 2022
Hermanas y hermanos:
Es ya primer domingo de Adviento, el año de Gracias 2023 ya ha empezado. Ahora es el tiempo de espera y de preparación para la venida de Cristo. Su venida histórica, ya tuvo lugar hace dos mil años. Jesús nació, vivió, sufrió, murió y resucitó en la tierra, en nuestra historia. Y así ha rescatado a la humanidad perdida en el pecado.
1. La Navidad o primera venida del Mesías, continúa siendo un recordatorio de su segunda venida. La historia de la humanidad se orienta toda hacia la "parusía", es decir, hacia la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos. Mientras estamos a la espera de ese "adviento", el más importante de la historia de la humanidad, debemos ocuparnos de preparar nuestro corazón para recibir a Cristo dignamente.
2. ¿Qué hemos de hacer? El Evangelio nos urge a "vigilar porque no sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor" y San Pablo nos invita a "presentar nuestras peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud". La oración es, sin duda, un ingrediente importantísimo. Dispone nuestra alma para no albergar temores, nos ayuda a confiar en Dios, protege la paz de nuestro corazón, nos da a conocer a Cristo y nos impulsa a entregarnos a él generosamente, sirviendo a nuestros hermanos. Jesucristo se hace presente con su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura.
3. ¿Cómo podemos prepararnos? Debemos realizar el ideal del cristiano que Jesús nos vino a traer. Primeramente, a través de la recepción de los Sacramentos. Son vías especialísimas, signos visibles, por medio de los cuales Cristo se hace presente. En el Bautismo nos borra el pecado original y da a cada bautizado su gracia, que es su Vida misma. En la Confesión nos restaura la gracia perdida por los pecados cometidos. En la Eucaristía está realmente presente, vivo, y se da a nosotros en forma de alimento para nuestra alma, fortaleciendo nuestra vida espiritual.
Dejemos que Cristo venga a nuestro corazón y nos transforme cada vez más profundamente, de esta manera nos vamos preparando a su venida gloriosa. El Señor nos encontrará velando, como nos pide El insistentemente a lo largo de su Palabra y sobre todo en estos días de Adviento. Nosotros nos encontramos entre la primera y la segunda venida. La primera ya sucedió en Belén hace dos mil años. La segunda "no sabemos cuándo llegará". Pero sabemos que llegará.
Que la venida del Señor esta Navidad no sea inútil, sino que nos ayude a prepararnos a su venida final en gloria. Ven Senor Jesus, ven y sálvanos! Amen.
20 de noviembre
Hermanas y hermanos, Crist Es El Rey Universal!
Este Domingo, a proposito, La Iglesia nos invita a regresar a la Semana Santa y la Pasion de El Messias. Vemos a tres hombres condenados, crucificados en la cumbre del Monte Calvario: El redentor de la humanidad y dos malhechores. Otros muchos estaban condenados, pero sólo estos dos fueron llamados para morir al lado de Jesús, "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". A uno de ellos le dijo: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".
San Dimas, es el único canonizado por Cristo mismo en vida. ¿Y el otro? No conocemos su nombre. A este no le dirigió ni una palabra. ¿El motivo? Las diversas actitudes. Dimas reconoce su pecado, tiene un corazón arrepentido. Es el primer paso para la conversión: mostrar la llaga. Al terminar el año litúrgico y en la fiesta de Cristo Rey, los invito a meditar conmigo en esta palabra de Cristo en la cruz: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".
1. HOY: ¡Qué envidia nos da este bendito ladrón! No era un vulgar pirata, sino un ladrón que se robó el cielo. Con astucia hemos de apropiarnos de la cualidad de Dimas para llegar también nosotros al cielo.
¡Qué dicha tan grande la llegada de ese "hoy"! ¡Es como la llegada para cada uno de ese otro "Hoy" de la resurrección y de la salvación! Ese "hoy" se repite para cada uno de nosotros. Hoy es el día en que Cristo nos pide que compartamos sus sufrimientos en la cruz y que atraigamos muchas almas al cielo con nuestra fidelidad minuto a minuto.
2. ESTARÁS: Es el futuro que nos parece largo. Aunque nos asegura el premio definitivo nos cuesta comprender que tardará en llegar. No comprendemos que para Dios se trata de un eterno presente. Ese "estarás" se convierte en el "hoy" de cada día. Dimas comprendió que su sufrimiento en esta tierra, que su fidelidad en el momento final, era ya estar en el cielo.
Es lo que Cristo quiere que también nosotros entendamos: Ya desde ahora podemos gozar de ese premio, en un eterno presente, que para nosotros se traduce en la constancia, porque estamos viviendo en Dios. Ese "estarás" ya no suena tan lejano.
3. CONMIGO: La más bella de todas las palabras y la que da sentido a toda nuestra vida. Es la que abrió los ojos a Dimas. En ese estar con Cristo allí, comenzó su alegría porque el cielo se hizo presente. Aún la cruz más dolorosa se lleva con paz y tranquilidad si es con Cristo.
Cuando falta Cristo los temores son muchos, los pretextos abundan, los sofismas surgen. Si falta Cristo nada tiene sentido, nada vale. Sin él vana es nuestra fe. Ese paraíso que ya hoy podemos tener al estar con Cristo, hace más llevadera nuestra existencia. El mundo se convierte en la antesala del cielo por la virtud de la caridad.
Estas palabras de Cristo al buen ladrón han dado esperanza a los hombres durante dos mil años de historia cristiana y así seguirá siendo hasta la consumación de los siglos. La muerte es puerta del paraíso y "estar con él" es el objetivo de toda vida cristiana. Hagámoslo dueño de nuestros corazones y luchemos por establecer su reino en esta tierra para que nos gobierne con amor, justicia y paz. Amén.
Las lecturas de hoy vienen a ser un alerta a nuestras conciencias para que aprendamos a situar los bienes temporales en el lugar correspondiente y sepamos hacer de ellos un uso inteligente. Hay quienes tienen las riquezas materiales como el móvil principal de sus actividades e incluso de su vida: piensan sólo en ello. Convierten el dinero en un ídolo a cuyo altar sacrifican los valores, la familia, la salud personal.
1. Encontramos dos actitudes: Para el mundo es prudente el que sabe acumular dinero. Jesús llama a esta actitud, servir al dinero, cuando lo prudente consistiría en servirnos de él. Por eso sentencia en forma contundente: "No podéis servir a Dios y al dinero". El avaro es siempre un hombre infeliz; es un eterno rehén que no goza ni del mundo ni de Dios. Se aísla, no tiene afectos, ni siquiera entre los de su misma carne, que lo ven siempre como un explotador.
2. En la vida estaremos eligiendo siempre entre valores contradictorios, pero sólo podemos elegir el mejor. Y escoger una cosa implica renunciar a su contraria. Si por un lado está el mandamiento de Dios y por el otro las cosas materiales, no podemos dudarlo; Sólo por Dios vale la pena arriesgarlo todo. Es verdad que es allí donde comienzan nuestros problemas porque nuestro amo y señor es muy exigente. Nos pide renunciar a todo para servirle a él solo; y nuestro corazón no puede dividirse. Debe ser todo de Dios y siempre de Dios.
3. El Evangelio nos invita a ser fieles a Dios. No podemos ser esclavos de las riquezas sino que tenemos que aprender a usar de ellas con sentido de responsabilidad. Los bienes materiales serán de utilidad solamente si los gastamos en ayudar a nuestros hermanos más necesitados. Es la única manera de transformar el dinero en instrumento de comunión entre personas en vez de que sea motivo de discriminación.
El dinero suele ser un mal patrón, pero podemos convertirlo en buen servidor. Es el secreto de los buenos administradores. El cristiano tiene alma de pobre y no puede obstinarse en disfrutar tranquilamente de los bienes de la tierra mientras junto a él hay hombres necesitados. Nuestro secreto es practicar la ley del amor.
La verdadera caridad no se limita a dar una limosna al pordiosero en la puerta del templo, ni a comprar un boleto para la cena de beneficencia. Debe ir más allá, como por ejemplo, pagar honestamente los impuestos, crear nuevos puestos de trabajo, dar un salario más generoso a los trabajadores, es decir, hacer rendir el dinero a favor de los más necesitados. Al final saldremos ganando pues en cada uno de ellos tendremos ya un amigo aquí en la tierra y también muchos intercesores en el cielo.
El amor y la amistad deberían unir a las personas – pensemos en esposos, hermanos, padres e hijos, amigos – pero si se produce una riña entre ellos, todos sufren. En cambio, cuando se reconcilian, ¡Qué alivio! La alegría les ilumina la mirada, dilata los corazones y une las manos. El proceso que hemos descrito viene a ser como el modelo y la experiencia del mal y su remedio, de la culpa y su perdón.
A través de las parábolas de la misericordia, Jesús está diciendo a los pecadores: "No tengáis miedo de volver a Dios". Podríamos sentirnos perdidos como la oveja, y alejados como el hijo, pero Jesús se adelanta y no descansa hasta encontrar lo que se había perdido. Él es el salvador de los pecadores. Ojalá, como dice el salmo, "escuchemos hoy la voz del Señor, y no endurezcamos nuestro corazón".
1. La primera parábola habla de un pastor y su rebaño. El pastor es Cristo y la oveja extraviada es cada uno de nosotros. En la vida, ¡qué fácil es vivir con la sensación de estar perdidos! Tarde o temprano el desencanto, la decepción, pueden invadir nuestro corazón. A veces pensamos que fuera del redil vamos a encontrar la verdadera felicidad, mejor comida, mejor techo, mejores condiciones, y nos olvidamos que sólo en el redil estaremos seguros.
Cristo, el pastor, guarda las noventa y nueve ovejas buenas y va a buscar su oveja perdida. Lo hace a través de sus sacerdotes. El sacerdote se alegra cuando ve que sus ovejas regresan al redil por medio de la confesión sacramental. Acudamos a la confesión. El sacerdote nos va a alimentar con la gracia santificante.
2. En la segunda parábola, una mujer pierde su moneda. Para encontrarla, limpia, barre y busca. Así hace Cristo, cada vez que nos extraviamos. Decía San Agustín: "Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti". ¡Cuánta alegría hay en el cielo por un solo pecador que se convierte en la tierra! Cristo quiere nuestra conversión.
3. La tercera parábola nos presenta a un padre. Es una experiencia familiar que nos hace revivir su amor, su ternura, su acogida, su cuidado. Pero también conocemos casos en que los hijos abandonan a sus padres, no son amorosos, no son confiados con ellos. El padre de la parábola perdona, sigue esperando al hijo, con las puertas abiertas.
En la actitud del hijo podemos reconocer los pasos de una buena confesión: Al verse pecador, aquel joven extraviado hace un examen de conciencia. Se preocupa, se arrepiente, recapacita y toma la decisión de volver junto a su padre para pedirle perdón. Entonces se pone en camino. A su llegada, el padre lo acoge, lo abraza, lo escucha y lo perdona. Es lo mismo que hace el sacerdote en la confesión, en nombre de Dios. Cuando vayamos a confesarnos, no olvidemos que es Dios mismo el que nos acoge con los brazos abiertos. Es nuestro padre misericordioso que siempre había estado buscándonos; y no se detendrá sino hasta que nos haya encontrado.
Como un rey que se prepara para batalla o un constructor que está a punto de construir una torre, cuando nos disponemos a seguir a Jesús debemos considerar el precio de lo que ello implica. En las lecturas de esta semana, Nuestro Señor nos dice francamente el sacrificio que exige seguirle. Sus palabras no están dirigidas a sus pocos escogidos, los Doce, sino a las “grandes multitudes”, a “todo aquel” que quiera ser su discípulo. Eso hace que su llamada sea de lo más intransigente y duro. Hemos de “odiar” nuestras viejas vidas, renunciar a todas las cosas terrenas en las que confiamos, para escogerlo a Él por encima de toda persona o posesión.
De nuevo nos dice que las cosas que tenemos –incluso nuestros lazos y obligaciones familiares—pueden convertirse en una excusa, un obstáculo que nos impide darnos completamente a Él (cfr. Lc 9,23–26; 57–62). Jesús nos trae la sabiduría de salvación que se nos promete en la primera lectura de este domingo. Él es esa Sabiduría que salva. Sobrecargados por nuestras preocupaciones terrenas, por los agobios de nuestro cuerpo y sus necesidades, nunca podríamos ver más allá de las cosas de este mundo ni detectar jamás el designio celestial ni las intenciones de Dios.
Por eso, en su misericordia, nos manda su Espíritu, su Sabiduría de lo alto, para allanarnos el camino hacia Él. Jesús mismo pagó el precio para liberarnos de la pena impuesta a Adán, que recordamos en el salmo de esta semana (cfr. Gn 2,7; 3,19). Ya no será una aflicción el trabajo de nuestras manos; ya no estamos destinados a volver al polvo. Como Onésimo en la epístola de este domingo, hemos sido redimidos; se nos ha dado una nueva familia y heredad; hemos sido convertidos en hijos del Padre, hermanos y hermanas en el Señor. Ahora somos libres de venir a Él, de servirle; no somos más esclavos de las ataduras de nuestras vidas pasadas. En Cristo, todo nuestro ayer ha pasado. Vivimos en lo que el salmo describe bellamente como el amanecer de su bondad. Por él se nos ha dado sabiduría de corazón, se nos ha enseñado a calcular nuestros años correctamente.
Quienes se han consagrado a Jesús por medio de su madre María, en verdad se reúnen cada vez que se dirigen a la Reina de los Ángeles y de los Santos, tal como lo hicieron los Apóstoles en el Cenáculo y, con la inspiración del Espíritu Santo, unidos a María, continuaron orando/alabando, aprendiendo y dando gracias a Dios en Pentecostés y después. Lo hicieron no solo en oraciones privadas sino con otros que quieren consagrarse de todo corazón, una comunidad de almas comprometidas en un esfuerzo común: ¡la salvación de las almas, del mundo!
Un verdadero discípulo de María vive como un hijo o una hija fiel y es verdaderamente un hijo suyo – pero también un hijo tanto de la oración como del esfuerzo apostólico – parte de la familia, un grupo en salida. Son fieles a ella y fieles gracias a ella. San Maximiliano Kolbe, a quien San Juan Pablo II llamó “Signo y profeta de la nueva era, la civilización del amor”, que el amor a Dios crece más rápidamente en el Amor a la Virgen/Madre Inmaculada que nos conduce rápidamente a Cristo.